Todo comenzó cuando mi pareja y decidimos meternos en esta súper aventura de ser padres. Yo pensé en un embarazo estupendo, ecografías preciosas, que cuando naciera podría darle el pecho, (esa gran ilusión que yo tenía), podría tenerlo en mis brazos durante horas, y que ya no se separaría de mí nunca más. Pero llegó ese día, ese día que ahora miro tan lejos, el cual me hizo que me derrumbara y que ya todo se viniese abajo. En una ecografía, la de la semana 20 de embarazo, me vieron a Hugo y vieron que venía con una malformación, labio leporino. Me lo pintaron tan mal, que yo me vine a bajo. Y empezaron mis semanas de horror hasta que mi príncipe naciese.
Cuando detectaron esa malformación, nos mandaron a embarazo de riesgo para tener al pequeño más controlado. Me dijeron que podía venir con mas anomalías, y me hicieron la prueba de la amniocentesis. Por si no lo sabéis, es un pinchazo en la barriga con una aguja grande, desde la que te extraen liquido amniótico, el riesgo que tiene es que puedes sufrir un aborto. Aun así, yo me la quise hacer, y guardé reposo durante unos días. Ya empezaban los días de angustia, a partir de ese día, no había ni un solo segundo que no pensase en él, en todo lo que se me venía por delante. Creo que, con 20 años, no estaba preparada para todo esto, y tuve que madurar en cuestión de días. Cada mes me fueron haciendo revisiones, todas igual, solo me enseñaban su carita, su fisura, y todo era lo mismo. Deje de disfrutar del embarazo, deje de disfrutar lo que era ser mama… En 8 meses no tuve pensamientos de cómo sería, si iba a ser moreno, blanquito, rubio, castaño, si iba a tener los ojos azules o marrones, solo pensaba en el labio, en la nariz, y en todo lo que estaba por venir…
Pasaron los meses y llego el día del parto. Después de 36 horas intensas, y dolorosas, Hugo nació. Se lo llevaron a una cuna para aspirarlo porque había tragado líquido, a los minutos me lo pusieron encima, le di un beso, y se lo llevaron para neonatos. Cuando lo vi, mis ojos se inundaron en lágrimas, estaba bien. Solo tenía una fisura, pero estaba precioso, era moreno, con poco pelo, y gordito. Olía tan bien, ese olor que volví a recordar meses después…Fueron 2 minutos los que lo tuve encima, pero me llenaron tanto…Recuerdo que los días se hicieron eternos en el hospital, mientras a Hugo le hacían pruebas y le enseñaban a comer.
Hoy mi pequeño gran león tiene 1 año. Dos intervenciones a sus espaldas. Con mucho miedo, muchos nervios, pero alegría por saber que va mejorando. Él es feliz, un niño completamente normal, va a su ritmo como todos. Y si, son fuertes, son luchadores, con héroes, que desde tan pequeños se tienen que enfrentar a tanto…Pero esas preocupaciones que yo tuve se quedaron en nada, no os voy a decir que el camino fue de rosas, pues no es verdad, pero merece la pena, merece la pena luchar por ellos. Esto tiene su final, llegara un momento que todo se acabe, no más operaciones, no más tratamientos, y seguirán su vida, su vida como todos.
Hugo me enseño muchísimo, más que he aprendido en 20 años, me ha enseñado a ser fuerte con él, a disfrutar de cada momento, a luchar y a sonreír. A todas las familias que se han enterado de que viene un niño fisurado a su familia, no tengáis miedo, de verdad que no, es un camino duro pero gratificante. Ellos luego serán fuertes, y no tendrá nada de importancia que nacieran así. Y un consejo, no hagáis caso de nadie, haced lo que sintáis en vuestro corazón, siempre. Informaros bien de todo, conocer a otras familias, otros niños, no os encerréis en vosotros. Aprovechar cada segundo desde que él bebe este en vuestras vidas, ser felices y trasmitírselo a él. Son lo más.